lunes, 23 de enero de 2012

Día de lluvia


Antes lo había escuchado.
Lluvia que provenía de arriba, lluvia que provenía de abajo.
Ahora lo veo.
La secuencia es simple. Una gota, una burbuja, un círculo. Siempre y cuando existía un charco. El charco es la clave, la lluvia, el ingrediente.

Tengo dos años haciéndolo y desde entonces un cigarrillo malboro  blanco ha sido mi compañero en buenas y malas. Nunca lo había disfrutado en el umbral de la puerta de una casa, sentada a lado de mi fiel compañera de historias, que ahora da pequeños sorbos a su té verde.
Las dos tenemos el mismo objetivo, observar la secuencia de la lluvia. El charco es la clave, la lluvia el ingrediente.

Desearía escuchar el sonido de la lluvia. Me pregunto si acercándome al charco, colocando mis oídos justo donde el agua hace el estridente contacto, escucharla su delicado sonar, pero ahora, me conformo con el agua convertida en ruido, que deja caer un grueso bajante a mi lado derecho, en frente, a la izquierda. Y me conformo con contemplar las ondas en el charco, cómo las dos niñas, que salen a la puerta, enchamarradas y con una bolsa de papas fritas en la mano y el niño que las arrebata diciendo: “pásame las papas”, como en una función de cine, como contemplando una obra, como viendo caer la lluvia.
-Voy por té. ¿Segura que no quieres?
Le contesto un “No gracias”. Ahora lo único que deseo es seguir contemplando, seguir escribiendo. Me pregunto si esta narración tendrá un fin digno.
El té verde ha sido sustituido por unos roles glaseados, y yo cambie el cigarro por una pluma negra.
Mi piel se estremece con el aire frío que choca contra mí cara. ¡Que delicia poder disfrutar esto!
Las calles solitarias, que de vez en vez gozan de la presencia de alguna persona vagando con un paraguas en mano para evitar el contacto con las gotas mientras y mientras que encontraste una paloma solitaria y sin refugio no le queda más que esperar en el techo de una casa amarilla, a que la lluvia cese.

Entre risas escucho a mis amigos cantar “la gata bajo la lluvia”, mientras miro a mí alrededor, el piso mojado, el cielo nublado, charcos y más charcos…
Brendita esta triste, no sabe nada de su familia. El huracán “joba” nos tiene así.
Siento frío, flojera y una enorme melancolía.
Ya había olvidado lo que era escribir en una libreta de taquigrafía, lo que pienso, lo que veo, lo que siento.

No sé si esto vaya en secuencia, no sé si después de mí siga Brendita, pero algo es seguro el día es hermoso para escribir.
Cony no deja de leer y reír, el cuchillo de Beto parte y parte manzana, guayabas y una jícama que desde antes que el cuchillo la tocará parecía que ya tenía una herida profunda, dejo de escribir.
“Sigue, no pares”, le digo a Pao mientras acaricia mí espalda,.
“¡Agua santorini!” Se escucha desde la puerta, bajo la lluvia, el repartidor de agua recorre las calles, su objetivo terminar lo más pronto posible y lo menos mojado. Esos son los estragos de Jova ha acarreado desde la costa, hasta la Ciénega. Ya casi 24 horas de lluvia, lo agradable fue al principio: el olor a tierra mojada.  Hoy se ha ido dejando éste fenómeno en algunas costas de Jalisco, Nayarit y Colima y siguen con operativos para asegurar el bienestar de los habitantes, mientras nosotros en Ocotlán sólo esperamos que pare de llover.

La pluma con tinta negra ha parado en mis manos, es mi momento de escribir, sin embargo, me siento ausente… muy ausente; el culpable: un huracán, Jova para ser exactos. Espero noticias de mí familia, pasa el tiempo y nada.
Vibra mi celular, contesto con la esperanza de que se han ellos, del otro lado la operadora sólo dice su clave de recuperación es 79439, el joven Melgoza dio mí número a alguna página de internet…
Ocotlán te siento frío, melancólico, sólo…
Brenda te siento fría, melancólica, sola, ausente… Quizá algo nuevo tienes que aprender.
De algún modo la lluvia reunió a los apergollados y están juntos para hacerse compañía.
Sigo sin entender el objetivo de escribir todo esto, pero, alguno tendrá.
Sé que la historia es buena o tal vez no.
La lluvia, la danza de las burbujas en los charcos se prestan para escribir “lo que caiga”.